El ángel camina por los espacios del desastre cotidiano, por los aromas de los cafés neoyorquinos, por el sol en los ojos del refugiado, que acaba de perderlo todo, por la sonrisa lejana y esperada de un futuro que siempre parece confuso, por el niño que desfallece ante la impotencia del padre.

No tenemos derecho al pesimismo. Nadie derrota definitivamente nada.Aprendemos tras la batalla librada en cada segundo tras el semáforo. No tenemos derecho a la esperanza, tan absurda, tan previsiblemente agotada.

El sufrimiento forma parte del escenario, pero aparece gastado bajo la respiración,bajo la campana, al paso de las hojas de aquel libro. El cuerpo del ángel no puede caminar.Es un ángel. Baila. Se eleva porque no sabe ser humano, y necesita un nombre entre  los humanos.

Pero el ángel no puede hablar. Es un ángel. Canta. Un escenario primitivo, uniforme, poco definido. El artista intenta dejar sus pinceladas para que podamos verlo,no sabe del todo cómo llamarnos, cómo llamar lo que se desprende del mundo sobre el que camina en este momento. Teme perder ese instante, como si tuviera algún valor, como si quisiera conservar su insignificancia.

Un círculo cerrado por todos mientras decimos que nada podemos hacer juntos. Un círculo cerrado mientras decimos que nunca terminaremos nada juntos.Un círculo sobre el que vamos dibujando, con la misma tiza de la infancia una y otra vez la Historia.

 

 

 

                                        Dibujo: Javier Campo