La ciudad (parece) dormida.

¿Dónde queda el recuerdo que aquella ciudad enérgica, obsesiva, tóxica? Tampoco el silencio ha ocupado su lugar. El ruido se provoca de otra manera, se escuchan más los gritos de adentro, ahora que queda más calma en el exterior. La mirada se hace ruidosa, toma el testigo de la obsesión; el francotirador es ahora la mirada. Y la sospecha.

Todo se llena de gestos que hacen ruido para impedir el triunfo del silencio. Así sabemos que por debajo de todo, algo, como el mar bajo la mancha de aceite, sigue respirando, esperando salir para volver a inundarnos con su permanente torbellino.

Hubiéramos pensado que sería suficiente. Que ahora sí, que después de todo, valdría la pena…

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