Humor para el desconcierto

Las novedades que ha traído la alarma sanitaria deberían servir cuanto menos para determinar, de una vez por todas, quién es quién en esto que se llama salud, enmarcada dentro de un modelo biologicista. Y parece que no hubiera más, que no hubiera disensión en el modelo. Pero no es cierto, muchas voces críticas, que apenas aparecen en el mensaje público (salvo bajo la etiqueta de la extravagancia), crecen con la dialéctica habitual en la sociedad moderna. Alguien ha dicho (lamento no recordar su nombre) que, por primera vez, la medicina ha superado a las otras dos patas de nuestra mesa existencial: la religión y el capitalismo. Solo se constata un hecho, entiéndase la frase como puramente enunciativa.

Hemos visto mensajes cruzados, informaciones sin contrastar, dimes y diretes, ocasiones para el oportunismo, para la difamación, para… Y nos hemos fijado más en el mensajero que en el mensaje, buscando, en todo momento, nuestro propio sesgo de confirmación. Como siempre. Somos humanos y necesariamente imperfectos, pero no es esa la cuestión. La imperfección se disimula mejor en una estructura social que no esté basada en el miedo, ni en la coacción, ni en la demagogia, ni la ideología populista. Y este ha sido, a mi entender, el problema. La prestidigitación de los medios ( o del medio porque parece uniforme en su modelo), la sofística hueca de los políticos (¡anda que tú¡), y la superioridad moral del paradigma dominante.

Me hubiera gustado sentir la comprensión de mis vecinos, en lugar de sus miradas fulminantes (el ingenio hispano los ha llamado francochivadores), me hubiera gustado la proximidad incluso en la distancia, otra distancia en la distancia, si hiciera falta. Me hubiera gustado escuchar a todos, no mil voces escupiendo lo mismo (la mascarilla no sirve para proteger el alma), o desde la superioridad moral de los nuevos ideólogos. Me hubiera gustado que la soledad no fuera el único refugio verdadero.

dibujo a vuelapluma para ilustrar desánimos

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