Hace aproximadamente dos años se inició el proyecto Angelus Novus. Una banda de músicos, una compañía de danza, diseñadores gráficos, artistas de diferentes disciplinas, alrededor de un guion y una composición que venía gestándose desde los años noventa del siglo pasado.

Como autor intenté describir a un público diverso mi idea, en el fondo, mi propia interpretación del mundo a través de múltiples visiones que confluían en mí pero que, como siempre, venían de otros. La Filosofía es imprescindible para vivir, y los filósofos son los artistas que nos transmiten esa estética particular que nos envuelve y nos hacen compartir su experiencia y hacerla nuestra. El público aceptó bien la propuesta. Diferentes personajes del mundo de la filosofía, del arte, de la ciencia, aceptaron o ayudaron a centrar el discurso y, de repente, era yo el transmisor de las ideas de todos y después, un equipo.

Ahí está la magia del arte: una propuesta compartida que sonaba en diferentes escenarios, de formas distintas, con armonías paralelas aunque diferentes. El equipo, ahora, era el encargado de transmitir, en su particular longitud de onda, una visión de la Historia a través de disciplinas compartidas, con la poética propia de cada uno y la de todos, al mismo tiempo. Músicos, actores, cuerpos en danza, narradores…

El Ángel es el símbolo, la metáfora, la expresión de las pinceladas sobre el lienzo, el ángulo de enfoque; el Ángel mira y se mira. La conciencia de los hombres. Una mirada reflexiva. Un espejo. Todos en el espejo. ¿Para qué, entonces, harían falta más mitos? ¿Podríamos esta vez caminar sin dioses?